Durante los últimos años, los microcréditos y las cooperativas se han convertido en una de las principales vías de acceso al financiamiento para miles de salvadoreños que no califican para un préstamo bancario tradicional. Para muchas personas emprendedoras o trabajadoras por cuenta propia, esta ha sido la puerta de entrada a la inclusión financiera.
Sin embargo, también hay un lado menos visible: el riesgo del sobreendeudamiento y los intereses elevados que pueden transformar una oportunidad en una carga difícil de sostener.
¿Qué son y cómo funcionan los microcréditos en El Salvador?
De acuerdo con la Superintendencia del Sistema Financiero (SSF), los microcréditos son préstamos de pequeño monto destinados, principalmente, a personas de bajos ingresos o a quienes trabajan en el sector informal. Su objetivo es impulsar la creación o el crecimiento de pequeños negocios, mejorar el acceso a servicios financieros y fomentar la autonomía económica.
En El Salvador, estas líneas de crédito pueden provenir de bancos, cooperativas, ONG o financieras especializadas. Generalmente, ofrecen plazos cortos, pagos frecuentes (semanales o quincenales) y requisitos menos rígidos, lo que facilita el acceso, pero también puede elevar los riesgos si no se administran bien.
Diferencias entre bancos, cooperativas y financieras informales
Bancos: Suelen exigir historial crediticio, garantías y comprobantes de ingresos. Sus tasas de interés tienden a ser más bajas, pero el proceso es más estricto.
Cooperativas: Según la Asamblea Legislativa, estas tienen un enfoque más comunitario y flexible. En muchos casos, permiten acceder al crédito tras un periodo de ahorro o membresía. Estas entidades están reguladas, en principio, por el Instituto Salvadoreño de Fomento Cooperativo (INSAFOCOOP) u otras entidades especializadas.
Financieras o prestamistas informales: Actúan fuera del marco regulado, ofrecen dinero rápido pero con tasas muy altas y sin garantías legales. Este tipo de crédito puede convertirse fácilmente en un ciclo de deuda difícil de romper.
Una historia de emprendimiento impulsada por el microcrédito
Para Fátima Peraza, creadora del emprendimiento Meawfa Accesorios, el acceso a un microcrédito fue una oportunidad para consolidar un proyecto que inició por necesidad.
“Cuando comencé, fue con lo poco que tenía, unos 15 dólares para comprar pinzas y materiales. Al inicio, vendía mis piezas a amigas cercanas, pero con el tiempo el negocio creció y decidí formalizarlo”, cuenta Peraza.
Su marca se especializa en joyería en tendencia, combinando técnicas como el alambrismo y el macramé, además de accesorios personalizados. Con dos años de experiencia, ahora participa en ferias de emprendimiento y realiza envíos a nivel nacional.
“Estoy registrada en una red de emprendedores llamada Foso Familia. Ahí obtuve mi primer pequeño crédito, ya lo terminé de pagar y me fue muy bien. Me ha quedado la puerta abierta para renovarlo, y quizá en el futuro solicite uno más grande para tener un local”, comenta.
La experiencia de Fátima muestra cómo un microcrédito puede ser una herramienta útil para fortalecer un emprendimiento, siempre que se administre con responsabilidad y exista acompañamiento institucional.
El lado oscuro del microcrédito
No todo son ventajas. En algunos casos, los microcréditos pueden convertirse en un nuevo tipo de endeudamiento, especialmente cuando se usan sin una planificación adecuada o provienen de entidades no reguladas.
De acuerdo con el SSF, entre los principales riesgos están:
Intereses altos: Algunas instituciones aplican costos elevados que pueden limitar la accesibilidad.
Sobreendeudamiento: Al tener varios préstamos pequeños en distintas instituciones, los pagos pueden acumularse rápidamente.
Cobros agresivos: Se han reportado prácticas de acoso o amenazas en el cobro de deudas.
Falta de educación financiera: Muchos usuarios no comprenden las condiciones reales del préstamo ni el impacto de los intereses a largo plazo.
El resultado puede ser una espiral de deuda que afecta la economía familiar y emocional. Por eso, antes de aceptar cualquier crédito, es fundamental entender cuánto se pagará realmente y si el préstamo generará un retorno productivo.
Regulación y supervisión: ¿quién protege al usuario?
En El Salvador, existen instituciones que regulan y supervisan las operaciones financieras formales:
La Superintendencia del Sistema Financiero (SSF) supervisa bancos y sociedades de ahorro y crédito.
El INSAFOCOOP regulaba a las cooperativas; sin embargo, con el objetivo de regular las cooperativas financieras, la Asamblea Legislativa aprobó la Ley de Bancos Cooperativos el 21 de noviembre de 2024. Esta normativa reglamenta las asociaciones o sociedades cooperativas de ahorro y crédito, que capten dinero de sus afiliados y del público en general bajo la autorización de la Superintendencia del Sistema Financiero (SSF).
Esta ley permite la regulación de 337 instituciones financieras para garantizar a sus usuarios un servicio transparente, confiable y ágil y que contribuya al desarrollo económico del país. Además, asegura el cumplimiento de estándares internacionales para tener instituciones salvadoreñas más sólidas, competitivas y funcionales.
Según las disposiciones de la ley, ahora es la Superintendencia del Sistema Financiero quien supervisa el cumplimiento de las disposiciones establecidas en la normativa y es el Banco Central de Reserva (BCR) quien se encarga de crear las normas técnicas a través de su Comité de Normas.
Derechos básicos del usuario:
- Recibir información clara y por escrito sobre tasas de interés, comisiones y condiciones.
- Contar con un contrato limpio, sin cláusulas ocultas.
- No ser víctima de cobros intimidatorios o fuera de regulación.
- Acceder a canales de reclamo y educación financiera.

Educación financiera: la clave para usar el crédito o microcrédito a tu favor
El microcrédito puede convertirse en una herramienta poderosa para impulsar proyectos y mejorar la calidad de vida, siempre que se utilice con responsabilidad. La clave está en saber cuándo y para qué endeudarse, además de identificar microcréditos que sean realmente responsables.
Una institución responsable explica claramente los términos y condiciones del préstamo, mostrando con transparencia las tasas de interés y las comisiones, preferiblemente reguladas por la Superintendencia del Sistema Financiero (SSF) o el Banco Central de Reserva (BCR).
Asimismo, promueve el ahorro y la educación financiera como parte del proceso crediticio, evitando ejercer presión excesiva sobre los clientes o hacer promesas engañosas de “dinero fácil”.
Usar un crédito de forma inteligente requiere planificación y prudencia. Lo ideal es destinar el préstamo a la inversión y no al consumo, de manera que sirva para generar ingresos y no solo para cubrir gastos corrientes.
Antes de comprometerte, es recomendable comparar al menos tres opciones de distintas instituciones financieras, con el fin de encontrar la más conveniente. También es importante calcular la capacidad de pago, procurando que las deudas no superen el 30 % de los ingresos mensuales.
Contar con un fondo de emergencia antes de endeudarse es una medida esencial, pues ofrece protección ante retrasos en el negocio o imprevistos económicos.
Finalmente, buscar asesoría es siempre una buena decisión: muchas cooperativas y entidades ofrecen acompañamiento gratuito que puede ayudarte a manejar mejor tus finanzas y aprovechar al máximo los beneficios del crédito.
Los microcréditos y cooperativas pueden ser una puerta hacia la inclusión financiera, pero también una trampa si no se utilizan con cuidado. El crédito no es malo: lo peligroso es endeudarse sin propósito o sin entender las condiciones.
Si se usa con educación, planificación y apoyo institucional, un microcrédito puede ser el impulso que transforme una idea en un negocio sostenible. Pero si se toma a la ligera, puede convertirse en un peso que retrase el bienestar financiero.
La decisión está en informarte, comparar y usar el crédito como herramienta, no como salvavidas.